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Hombres, Derechos, Violencia y Riqueza.

HOMBRES, DERECHOS, VIOLENCIA Y RIQUEZA

La evolución natural de la vida en millones de años nos ha dado a los hombres y las mujeres unas capacidades que son necesarias y buenas para la supervivencia de la humanidad. Hay cualidades comunes a ambos sexos y otras complementarias. Entre las más varoniles están la fuerza para combatir protegiendo al grupo, la capacidad de riesgo y de exploración, la de crear tecnología y manejar máquinas, la rebeldía frente a la tiranía…Son instintos que dan sentido a lo masculino.

En cuanto se llega a la adolescencia, surge el impulso irresistible por mostrar esos dones recién emergidos. Eso también es bueno. Tanto, que las sociedades humanas han tenido siempre fiestas o ritos para dar la bienvenida a los nuevos hombres e indicarles sus nuevos derechos y obligaciones. Y para darles entrada al mundo adulto se les hace superar una prueba de fuerza, inteligencia y dignidad que les indica que sus cualidades están ya al servicio de la supervivencia de la sociedad. Es un honor. Esos ritos han sido muy variados: ir a cazar una fiera, superar una prueba de sufrimiento, valerse por sí mismo en el bosque, etc. Pero hoy día la sociedad ha cometido el grave error de no hacer una celebración de ese tipo. Las secuelas son más graves de lo que parecen; dos de ellas son:

1-. Puesto que no se les ha enseñado el código, los jóvenes pasan un tiempo desorientados, entre dos aguas. No saben bien qué es comportarse como niños ni como hombres. Mezclan. Este tiempo confuso pueden durar meses o enquistarse de por vida, formando hombres inmaduros o psicópatas.
2-. Los jóvenes sienten el impulso irresistible y natural a mostrar esa valentía, fuerza, capacidad… y precisan que se les reconozca por ello. Pero, si no se les ha dado un cauce, esas virtudes estallan por donde pueden, muchas veces malamente. Se vuelven agresivos, irrespetuosos, ponen en peligro a los demás y a sí mismos, violan los derechos de las personas y de la comunidad. En lugar de aparecer como héroes, consiguen lo contrario: aparecer como ridículos necios peligrosos. No han aprendido a ser hombres. Serán adultos de poco fiar y malos elementos para la familia, la amistad y el negocio.

Los derechos fundamentales de la persona son garantía de futuro bienestar y riqueza. Por eso están en la Constitución. Son pocos: derecho a la propiedad, a la salud y al descanso, a expresarse.... Toda sociedad que los respeta se hace buena y próspera. Pero si no, cae en la violencia, la miseria y, si persiste, en la guerra. Por demostrar esto, Amartya Sen obtuvo en Nóbel de Economía en 1998.

Por eso es tan importante impedir los primeros abusos: los vehículos descontrolados, los escándalos nocturnos, contaminar... Porque no sólo son un peligro insalubre, son ya una violación de los derechos y la vía hacia la violencia y la miseria. Son síntoma de que algo grave pasa en la sociedad y esto no se puede consentir pasivamente, ni decir “en mi calle no ocurre”, porque es dar mensaje de impunidad. La impunidad lleva a la chulería, ésta genera las mafias, éstas crean bandos armados, antesala de la guerra. Llegar al peor final no es inevitable, pero hay que actuar en los pasos previos. Es científico, lo demuestra la psicología, la sociología y la economía. Ahora y aquí estamos en los primeros pasos de esa involución negativa. Cortémosla de raíz. Cuanto más tardemos, peor, y más nos acercamos siguiente conflicto.

Las medidas de base son de dos clases: preventivas y paliativas. Es decir: educativas y penales. Las educativas pasan por ofrecer a los jóvenes cauces de expresión y realización personal. Hoy, ni los padres ni el sistema educativo están dando esas enseñanzas. Démoslas y pidámoslas ya, sin eludirlo.
Las penales, que también son educativas, deben impedir con firmeza las conductas desviadas que dañan los derechos, antes de que sean la norma. Esta es la tarea de los ciudadanos en general, que somos los dueños del principio de autoridad, y es en particular la tarea de nuestros representantes de autoridad. Una misión que éstos deben ejercer de oficio, antes de que la sociedad deba urgirlos a ello.

Pongámonos todos a la faena ya, cada quien en su medida, o nos saldrá muy caro en bienes y vidas.

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